jueves, 1 de septiembre de 2011

El extraño caso del recuerdo y su mala costumbre de retroceder el tiempo

Eran las seis de la mañana, el reloj apuntaba la hora mientras los minutos me apuntaban hacia el tiempo.
Me levanté sin ganas de recoger los residuos del adiós que aún seguían sobre la mesa.
Abrí la ventana, las horas se colgaron sobre las manijas del reloj hasta que comenzó a llover, fue curioso; el viento me hacía sentir el frío de tu indiferencia.


Eran las seis de la mañana, los minutos iban de prisa mientras tenías la misma sonrisa con la que me gustaba lentamente despertar.


El reloj apuntaba la hora, eran las seis de la mañana. Era demasiado tarde para recoger lo que habías dejado sobre la mesa, había un mantel nuevo, y un café caliente encima me esperaba. 
Salí de casa sin cerrar la puerta con llave solo por si necesitabas regresar para recoger tu indiferencia.


Los minutos se habían hecho tarde, eran las seis de la mañana, el despertador no dejaba de sonar. Me levanté y miré alrededor, no había mesa, no habían sonrisas ni indiferencia, el tiempo se había ido tras el reloj.


Eran las seis de la mañana, una taza fría sin café sobre tu adiós me esperaba.